En la vida de la mayoría de la gente que estudia juiciosamente, que va a la universidad, o ambas cosas, llega un singular momento en el que se es atacado por una realidad laboral que eclipsa las preguntas existenciales básicas: ¿quién diablos soy?, ¿para donde voy? (o tal vez, que obliga a enfrentarlas). Es una delgada línea entre el antes y el después, protagonizada en cierto momento de su diminuta existencia por cada individuo occidental sano, competente y productivo, y en la que éste se enfrenta a la realidad laboral.
Es cuando verdaderamente remuerde el hecho de que no emprendiste, como sí ocurre con la gente que de verdad triunfa, la que se gana el nobel o aparece como celebridad en la televisión a pesar de todas tus apuestas, ninguna conducta sistemática y obsesiva desde tu más temprana adolescencia para obtener alguna clase de capricho aparentemente imposible, innecesariamente sofisticado y totalmente fuera de contexto, digamos por ejemplo, ser astronauta, neurocirujano o magistrado de una alta corte. Tu obstinación nunca ha sido tan grande como tus expectativas y ahora es cuando para pagar el precio.
Seguramente tú también lo viviste, no me refiero a ese momento en el que debes obtener trabajos de medio tiempo o de tiempo completo y medio salario para pagarte tus estudios, o para pagarte tus rumbas, o ambas cosas; se trata en cambio de un llamado misional visceral y colérico, que seguramente tú también sentiste una vez te graduaste de esa tan apetecida, tan prometedora carrera que todo el mundo termina escogiendo por apetecida y prometedora.
¿No lo sentiste?. Entonces digamos, un llamado instintivo a lograr lo que yo llamaría la 'supervivencia con sentido', que es una cosa escasa.
Si esa carrera que estudiaste de verdad te convocaba y te movía la fibra interior, seguramente sentiste el terror de orientar por primera vez tus velas hacia lo que parecería ser a lo lejos un horizonte de éxito laboral y no saber qué había más allá de ese horizonte o, incluso, cómo llegar a él. Al emprender camino, ocurría que a veces el viento no soplaba suficientemente, a veces las velas eran deficientes y generalmente ambas cosas.
Buscaste entonces vincularte a todo cuanto se moviera y oliera a ejercer tu carrera; organizaste a destiempo una hoja de vida voluminosa que tomara el sitio de tu vocación y como ocurre generalmente, después de algunas vicisitudes, encontraste que resultabas útil en algunas funciones básicas, operativas y que, con algo de esfuerzo, podrías marcar la diferencia pues eras inteligente y creativo (o creativa) pero sobre todo, porque tenías ese gran talento para aprender, porque gracias a Dios aprendiste a aprender, es decir, adquiriste lo que los expertos llaman hoy en día: meta-cognición, gran palabreja que estoy trayendo a colación por puro ocio.
Una vez allí continuaste encontrando tus verdaderas fortalezas misionales; te diste cuenta, en un breve proceso de ensayo y error, cuál era tu área de mejor desempeño y pudo ocurrir, si tuviste suerte, que coincidiera con tus gustos e intereses y que así llegaras en ese barco al soñado horizonte, atravesando en su camino pequeños triunfos íntimos y algunos fracasos, igualmente pequeños e íntimos.
El éxito, en mi caso, se pareció mucho a algo que no tuve muy a menudo durante mi infancia y adolescencia: la aprobación. Y es que después de ser toda la vida un proscrito ambulante y sangrante, pasé a ser de un momento a otro el niño terrible de alguna cosa. Ser niño terrible de alguna cosa causa mareo; si aún no lo has sido, no te lo recomiendo, estás a tiempo para evitar el daño perpetuo que produce cualquier tipo de precocidad.
Obtener tal clase de aprobación significa lograr consistentemente el beneplácito colectivo de múltiples personas, conocidas o desconocidas, debido a algo que haces particularmente bien o a algo que detentas, bien sea un recurso escaso, una posición o una determinada condición considerada por los otros como deseable.
Al principio, mi amiga, la aprobación tiene ciertos efectos positivos: la autoestima que tus profesores universitarios laceraron y la creatividad que estos mismos trataron de ahogar vuelven a ti como las dos sobrevivientes de un horrible secuestro. Están, claro, un poco desechas por una especie de estrés post-traumático pero, así y todo, tratan de hacer de nuevo su vida a costa de la tuya.
Tú estás contento pero tratas de tomarlo con calma, ¿cómo desaprovechar esta oportunidad?. Aparte hay que decir que tus necesidades básicas se encuentran ahora casi en su totalidad satisfechas; todas menos una, precisamente esa, la que estás pensando. Buscas afecto y sus más prosaicos complementos, aprovechando los buenos vientos que soplan; mejoras un poco tu físico para ponerte en la cresta de la ola, intentas mantener la cabeza enfocada y el corazón desatado.
Como 'unos y otras' te buscan para obtener algo de tu intangible fortuna, te sonríen, te buscan conversa, tarde o temprano encuentras alguna mujer (o en tu caso hombre) particularmente receptiva, particularmente persistente (o, diría yo, sospechosamente receptiva y persistente) y entonces, una inesperada pero ansiada noche: ¡kabúm!
Te enredas en un romance que más tarde desemboca en una relación que después desemboca en una lucha de poder que a su vez desemboca en un delicado equilibrio de poder, basado en la desilusión, que finalmente, si no has producido antes un embarazo (o incluso a veces después de ello), desata el gen de la infidelidad, tuyo o del otro, lo que al final ha hecho de tu vida privada un lugar absolutamente invivible. O bueno, invivible desde tu óptica, en ese momento de tu vida.
Entonces estalla una crisis, la relación se destroza y decides poner coto a ese momento de tu vida y para ello, aceptas un trabajo que parece prometedor y audaz. Agotas tus fuerzas intentando hacer daño a esa persona que te traicionó en el pasado y al mismo tiempo de triunfar a destiempo, y digo a destiempo porque ya es tarde para prescindir de una vida personal en función de una temprana y obsesiva vocación que te haga ganar el nobel, el óscar, el Tv y novelas o cualquier otro símbolo de consagración universalmente aceptado o frívolo. Es tarde.
El resto de la historia es un poco larga y por ello la resumo. Te involucras en una escalera ascendente de trabajos que llenan tus arcas de dinero y tu alma de contradicción. Debes asumir roles inimaginados años atrás tales como administrador por defecto, bombero por accidente, barrendero por asco, técnico por necesidad, dictador por resentimiento, agente viajero porque sí, vendedor por ironía, entre otras tantas posibles calamidades que no quiero mencionar.
No sobra anotar que durante este tortuoso proceso has ganado enemigos, perdido amigos, pateado loncheras, pasado noches en vela, asumido nuevas relaciones y, en algunos casos, engendrado muchachitos, bebido alcohol e ingerido sustancias prohibidas. Además, y esto es lo más grave, has llenado el cupo de unas inútiles tarjetas de crédito que adquiriste con el ánimo de tener la 'vida crediticia' (o mejor 'cretinicia') que reclaman los bancos y pagar además una que otra aplicación a estudios de postgrados que no has hecho aún. Debido a que estás en una ciudad extraña, u otra razón, incursionaste en negocios saturados de oferta, perdiste dinero y para pagar las obligaciones vendiste el carro que, valga decirlo, compraste para transitar por dicha ciudad extraña, atestada de conductores suicidas y vías en lamentable estado.
No consideraste además los mantenimientos, impuestos, comparendos y otros gastos subsidiarios y sobre todo los gastos médicos originados en el sedentarismo que tu vida ha conllevado, los gastos originados en tus vanos intentos por coger forma y otras vicisitudes de la vida moderna.
Para entonces has perdido la buena costumbre de comprar libros u otras piezas de producción cultural que alimenten tu espíritu, erosionado por la rutina; además has olvidado tus hobbies preferidos, tus lugares favoritos y otras cosas medianamente importantes como, por ejemplo, actuar con dignidad ante el sexo opuesto.
Pero por otro lado, y trato de ver las cosas con un lente positivo, tienes un respeto profesional que otros envidian; que de hecho envidian tanto que intentan por todos los medios quitarte.
Tu carrera ahora es sólida; lo que uno llamaría una carrera 'hecha a base de tesón'. Tienes una linda 'nueva familia', esa vieja institución en desuso, que poco a poco suplanta a tu familia de verdad, es decir, a tus hermanos, padres, primos, tíos y abuelos a los que ya no visitas. Y esa familia en ciernes que ahora llena los álbumes de facebook te sigue a todo lado, te asfixia a ratos, lo cual en realidad es desesperante.
De los amigos con los que ya no te emborrachas no hablaré, con ellos vivirás al final de tus días en un hogar geriátrico, no importa cuanto los abandones hoy día.
Pues bien, continuando con la perspectiva positiva respecto de lo anterior, has adquirido una buena cantidad de hábitos positivos, saludables y convencionales que harán de tu vida una larga tortura en la que una muy 'longeva' cadena te acompañará hasta que la muerte, afortunadamente, los separe.
Sólo quería decirte que si tú lo has sentido, no eres la única. No es que me haya pasado ni que prevea este panorama en mi futuro, pero es bien cierto que a veces parece que entre más me acerco a lo que deseo, más me alejo de lo que soy... A ese respecto te voy a recomendar una canción, una canción que de verdad me gusta, un día de estos. Ojalá por fin haya tiempo para vernos y recordar aquellos buenos tiempos, ojalá me devuelvas esta llamada pero supongo que así es la vida, algún día será mejor.
AC210411