Sunday, September 25, 2005

MANIFIESTO ITERATIVO DE LA PRODUCCIÓN INCOMPRENSIBLE.

Guía para producir medios audiovisuales en condiciones de turbulencia.
Capítulo 1.

Principios de iteración.
La experiencia de los años precedentes, en la carne y rostro de los casi bienechores, bienintencionados productores de cine y televisión del tercer mundo, los autodenominados independientes, ha demostrado que hoy la producción es un alma muerta, y debe dejar de serlo. La tan acusada producción industrial de Hollywood no tiene la culpa de la lujuriosa sumisión de su hermana menor en nuestros países al discurso de la víctima.
Aún para los no ilustrados, resulta claro que la producción es el área de trabajo que da un marco operativo a la labor creativa. La producción es, sin embargo, en nuestros días, más semejante al trabajo de un bombero mal dotado y pobremente calificado que a la del presidente de una pequeña república del caribe, como debería. La producción es, para los que la hemos ejercido, un trabajo miserable.
Y no lo será más.

La producción iterativa, nombre provisional que se le da de cariño por el hecho de hastiar a todo el que la oye con oídos sordos, es la respuesta social, no a la situación de un gremio, sino a la situación de un mundo. Su primer principio es su serio deseo de burla a lo establecido, no por establecido, sino por mal establecido. Las supuestas reglas del medio, las supuestas reglas de la sociedad, las supuestas funciones de la producción, el supuesto objetivo del cine y la televisión, la supervivencia laboral; como se explicará más adelante en detalle, todas ellas están por implotar debido al cambio abrupto y conmovedor que está a punto de darse en los medios de comunicación y que, en un plazo muy corto, hará de las creencias actuales, aún cuando no de las instituciones –sabiamente mutadas-, objeto de risa y de saqueo. Ya lo es, un poco, pero en países del tercer mundo y en entornos alternativos de producción la noticia no ha llegado a ser comprendida sino por unos pocos irresponsables.
Esta burla es apenas un pobre deseo de redención pero, en una época en el que las redenciones han perdido sentido alguno, nos conduce al mundo secreto de los rituales cotidianos, de las tecnologías de información y de los hábitos de consumo y trabajo.
El segundo principio es, por lo tanto, que la producción iterativa ataca las conductas habituales, no las grandes estructuras. Ningún cambio realmente significativo se dará en el mundo atacando el control de sus estructuras, excepto cuando esto haga parte de disputas de alto nivel entre poderosos.
Es menester por lo tanto, desconfiar de las grandes acciones, aún las más generosas, que acuden a la reivindicación como su mecanismo de convocatoria, porque siempre, analícelo por teoría de juegos o pregúntele a un viejo sabio, habrá detrás de ellos un interés poderoso, placiéndose de acudir a revoluciones en desuso, años hace ganadas o perdidas.
Lo que en el fondo subyace a este principio, aunque no sea claro para el lector poco ilustrado, es el hecho de que la producción, como lo es la conducción de un país o un acto terrorista, es por excelencia un acto político, social y por supuesto económico. Quienes en su quehacer laboral se dedican a solucionar problemitas de minucia con la asiduidad de un panadero no saben que igual participan de un acto político, de un evento social de magnitudes cada vez más considerables. Como se verá más adelante, los que se rompen la espalda para conservar su puesto en una programadora o en una X productora, están perpetuando un modelo de subordinación y subdesarrollo mediático porque, y aquí va nuestro cuarto principio, una cinematografía se define por su modelo de producción, no por sus características creativas.
En una historia plagada de confusiones entre el síntoma y la enfermedad se ha tendido a creer que las grandes escuelas cinematográficas y los grandes trabajos de autor en el cine fueron el resultado de visiones creativas discrecionales y no respuestas adaptativas (evolutivas) a condiciones extremas de producción, o luchas frente al sistema de producción dominante, claro está, en la mayoría de los casos perdidas rotundamente o asimiladas por el sistema mismo.
La aparente desaparición de las escuelas y movimientos cinematográficos no obedece sólo a la caída de las grandes ideologías, ni a la muerte del espíritu creativo de los habitantes del mundo, cada vez más y más creativos, sino a la estandarización de los sistemas de producción, a la opulencia relativa de los países con tradiciones cinematográficas fuertes y, finalmente, a la automarginación o, peor aún, seudoinclusión de los sectores periféricos en pugna por el acceso a los medios de producción.
El entorno no regulado de producción de medios a un nivel amateur y semi industrial, lejos de estar dando articulación a corrientes independientes fuertes, está llenado de dinero a los etnógrafos urbanos cuyo estudio de las tribus mediáticas es, cada vez más, un negocio prometedor.
Los entornos carentes de regulación suelen dar lugar al fraccionamiento y la marginalización de sus actores, pero estos entornos, como ocurre con la mafia, con los grupos al margen de la ley y como ocurrió con los estados nacionales en sus primeros momentos, con algo de mano fuerte serán el caldo de cultivo de culturas transversales que enfoquen la construcción de identidades creativas desde su verdadero sustrato, la producción articuladora, la producción iterativa e irritante, y por supuesto, altamente eficiente.

¿Cómo dar lugar a un modelo de producción que optimice pocos recursos sin matar de hambre al practicante universitario recién incorporado al equipo de trabajo?, ¿cómo generar un modelo de producción que extraiga lo mejor que hay en la carencia de recursos y en los equipos de trabajo mal calificados que conformamos a diario?.
Aquí viene el quinto principio, la producción se articula no a sus componentes, es decir, no a las personas que individualmente conforman equipos de trabajo, a las labores individuales que conducen a poner en pantalla una película, no a los equipos tecnológicos uno por uno, sino a los instrumentos de producción, las unidades estructurales y funcionales de los procesos de producción que conjuntan y configuran dispositivos con propósitos determinados. Para el lector por ilustrado esta definición resultará un poco turbia, seguramente, dado que éste no comprende que la producción no es un instrumento, sino a la inversa, que los instrumentos son la producción.
Esta clase de configuración tiene dos direcciones que cohabitan, a saber, la propiocepción que la producción hace de sí misma, centrada en sus relaciones internas y en su coherencia funcional, y la aproximación que ella misma hace a su entorno, fuente creativa, operativa y obstáculo insalvable; sin duda una relación de amor y odio ambivalente.
Tradicionalmente la producción ha sido autista, tanto en entornos industrializados como artesanales. Una respuesta más moderna a la interacción con el entorno y su interdependencia (lo cuál incluye el público receptor) exige una visión casi etnográfica (tanto para documental como para argumental) y sistémica que instrumental. Sólo un entendimiento agudo de su entorno y una relación de mutuo entendimiento harán de los equipos de producción al mismo tiempo operativos de inteligencia, actores sociales válidos; y, aunque se suele asumirse en el hecho esta concepción de una forma intuitiva, es exigencia de los tiempos en tránsito hipercompetitivos, hiperhostiles e hiperproactivos, hacer un diseño mucho más ilustrado, preciso y consciente -aunque esto resulte poco claro para el lector no ilustrado- pero paradójicamente, enfocado a productos artesanales y a la generación del valor agregado con ellos, similar al que tienen los productos orgánicos, las piezas de culto y de colección.
En países con niveles de rentabilidad bajos e industrias incipientes, la producción tiene como obligación, al estilo “Víctor Frankenstein”, crear su propio objeto, aquello a lo que íntimamente considera que se dedica y lo que públicamente reconoce de él, y como parte suya, su propio público. Este es el séptimo principio y es la causa y el efecto, al mismo tiempo, de la producción iterativa.

Yo mismo ya oigo las voces de los que dirán que este esbozo carece de rigor y resonancia; me veo en la historia, de hecho, colgado en una cruz.
Cristo, la resistencia al cambio es la comida del pueblo y da origen a las más enormes esclavitudes; no hay en este trabajo, ni habrá, interés por revivir muertos o por hacer milagros. Quienes se resisten al cambio son, de hecho, los mismos que dieron su voto hace dos mil años; quienes liberan a Barrabás y hacen el verdadero milagro, a saber, autodestruirse.
Quienes sean Cristo y quieran purgar los errores ajenos serán crucificados, los barrabaces, por su parte, serán libres y sus actos serán cien por ciento actos de fe, es decir, en palabras de Kant, actos de autodeterminación en libertad.
Así es la producción iterativa e irritante, pero vale advertir que ella resultará incomprensible para el lector no ilustrado.
ACSept05